jueves, 27 de enero de 2011

Vigo está gafada

Lo que hay que reconocerle a Abel Caballero es su gran tenacidad para “sostenella y no enmendalla”. Eso, que sería una virtud para un cómico elegido para representar “la venganza de Don Mendo”, se convierte en una actitud patética cuando la adopta el alcalde de 300 mil ciudadanos. Yo comprendo que en los tiempos en que vivimos se agradece mucho que alguien te arranque una carcajada. Pero cuando el que te la arranca esta manejando los presupuestos municipales de tu ciudad, es el responsable del presente de todos los vigueses y amenaza con intentar seguir siendo el responsable de nuestro futuro colectivo, entonces, se te hiela la sonrisa, se te encoje el corazón y susurras a coro con vigueses de todos los colores, de todas las parroquias, de todas las ideologías: ¡qué hemos hecho nosotros para merecernos esto!

Con el dichoso asunto de las cajas, Abel Caballero cree que está haciendo política, pero en realidad está interpretando un sainete, una bufa, una astracanada que ni siquiera se atrevería a representar Pedro Muñoz Seca. Primero vincula su futuro político a la permanencia en solitario de la extinta Caixanova: ¡o yo o la fusión! Curiosamente salió la fusión y, en vez de irse a casa, como esperaban cientos de miles de testigos presenciales de su heroico gesto, se pasó al bando de los vencedores y se convirtió a la fe de una sola caixa gallega fusionada. Ahora MAFO, Zapatero, Blanco, los colegas de Madrid con los que, según manifiesta, tiene hilo telefónico directo, se la meten cuadrada con Novacaixagalicia, que según los planes de Elena Salgado tiene los días, los meses contados, y en vez de emprenderla con La Moncloa en defensa de los intereses de Vigo y de Galicia, la emprende con Núñez Feijóo y la Xunta. ¿Hay algún gallego, salvo Abel Caballero, que tenga alguna duda de quiénes y por qué quieren hacer desaparecer la Caixa gallega?

Resulta tan ridículo el papelón de Abel Caballero en el culebrón de las caixas, que cuesta trabajo distinguir si ha querido pasarse de listo o pasarse de tonto. En cualquier caso, en cuanto a política financiera se refiere, ha demostrado que todavía le quedan resquicios de la doctrina de Marx. De Groucho para los amigos. Va de victoria en victoria hasta la derrota final. Yo creo que es gafe. Gafó a Caixanova, que en paz descanse. Luego, nada más convertirse a la fe de una caja única en su camino hacia Damasco, ha gafado a Novacaixagalicia. Con razón me parecía a mí que Vigo, en los últimos años, estaba gafada.

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Quién puede fiarse de Abel?

Como tiene tanto tiempo libre, porque Abel Caballero no dedica ni un minuto al día a la gestión de la ciudad de Vigo, el señor alcalde se ha erigido en asesor de Julio Fernández Gayoso, presidente temporal de Novacaixagalicia. Ha sido precisamente en una de sus múltiples sesiones de asesoramiento cuando el señor alcalde le ha recomendado al veterano financiero: “ni se te ocurra prestar atención a quienes predican la bancarización y privatización de las cajas”.

No sé si ése es un sabio o un nefasto consejo, aunque procediendo de quien procede me inclino más por la segunda de las posibilidades. De lo que no cabe la menor duda, es que supone una deslealtad de un alcalde socialista hacia las tesis que defiende Zapatero y que secunda el PSdG-PSOE, según las manifestaciones públicas de su Secretario General Pachi Vázquez.

Esta patética contradicción entre el alcalde socialista y el partido que le aupó a ministro, que le permitió ser diputado, que lo presentó como candidato a la presidencia de la Xunta (con los perores resultados de la historia del socialismo gallego), y que ahora apuesta por él para que repita al frente de la lista en Vigo, demuestra la catadura moral del personaje. Si realmente estuviese pensando en los intereses de Vigo, y no en los suyos propios, sería más efectivo el gesto de grandeza de presentar su dimisión, de amenazar con retirar su candidatura, si Zapatero, Pachi y el socialismo gallego y nacional no rectifican respecto a la suerte que deben correr las cajas, en general, y Novacaixagalicia en particular.

Pero este señor dice una cosa en Vigo y dobla después la rodilla ante los designios de Pepe Blanco. Es un patriota de pacotilla, de papel periódico, e inmediatamente después de largar bravuconadas por esa boca, pliega velas, se la envaina, hablando en castellano de la calle, y donde dijo digo dice diego, en menos tiempo de lo que dura un caramelo a la puerta de un colegio.

Ése es quien quiere repetir como alcalde de los vigueses. Vendería a su padre, a su madre, a sus compañeros de partido, a sus concejales, a su ciudad, a su alma, a quien haga falta, con tal de alcanzar sus objetivos personales e intransferibles. ¿Quién puede fiarse de Abel? Esa es la cuestión durante los próximos meses.

martes, 4 de enero de 2011

Abelismo y abelistas

Ni siquiera aspiran a una victoria electoral, a un refrendo mayoritario de los vigueses, sino a una suma aritmética con los nacionalistas que les proporcione la mitad más uno de concejales en Vigo. Probablemente son de izquierdas, pero han convertido en icono electoral a Julio Fernández Gayoso, que representa el rancio capitalismo financiero que ha metido a occidente en esta ratonera económica y social de la crisis. Seguramente, en su fuero interno, rechazan los privilegios de los más fuertes y suspiran por la defensa de los más débiles, pero ninguno ha visto a su candidato rasgándose públicamente las vestiduras ante los atropellos del gobierno socialista del Estado hacia los más desfavorecidos: sube la luz, el butano, el transporte público, el IVA que paga todo hijo de vecino, el tabaco que alivia las penas de tantos sin techo, las dificultades para las víctimas del maldito paro.
Da igual. Los “abelistas”, prietas las filas, concentran su ideología en los vuelos desde Vigo para los pocos que pueden permitirse el lujo de volar, entre los muchos que se conformarían con el lujo de poder llegar a fin de mes. Esperan con ansiedad la gloriosa inauguración del Auditorio, pero no se preguntan a qué vigueses va a beneficiar su apertura, a cuántos, cuánto retorno económico va a producir y entre cuántos vigueses se va a repartir esa hipotética repercusión económica. Presumen de las calles humanizadas, pero ni una sola palabra de la existencia inhumana de tantos parados y tantos sin abrigo que deambulan por ellas. De qué izquierda sociológica estamos hablando en Vigo, ¿eh? ¿De qué va esta gente que ha hecho bandera de instituciones financieras, conquistas sociales de desproporcionados aeropuertos faraónicos, una vara comprensiva para medir los desaires presupuestarios de Zapatero y otra intransigente y victimista para medir las acciones u omisiones presupuestarias de Feijóo?
Del vudú al Puerto de Vigo, que sólo es obsesivo vudú a Corina Porro, han hecho prácticamente un programa de gobierno. Y, con toda sinceridad, creo que lo que es bueno para el Puerto es bueno para esta ciudad, al margen del nombre, los apellidos y el carné de la persona que esté al frente. Si pensasen en la ciudad a largo plazo y no estuviesen hipnotizados con la zanahoria electoral de mayo, se darían cuenta de que retrasar las manecillas del reloj del Puerto es retrasar las manecillas del reloj de la esperanza de Vigo.
Pero, ¿qué más da? No son vigueses, no son socialistas, se han convertido en “abelistas” por razones que todos ustedes pueden suponer y no voy a detallar en estas líneas. Abel Caballero ha inventado un patriotismo chico artificial, friki, de estéril recorrido histórico y ninguna proyección de futuro para Vigo, y algunos ciudadanos, unos por intereses creados, otros con los estómagos agradecidos, algunos ilusos de absoluta buena fe y varios y dignos socialistas por resignación, le siguen como aquellos incautos chiquillos del cuento al flautista de Hamelín. A falta de gestión y de eficacia, el “abelismo” a izado el estandarte del nacionalviguismo y la táctica propagandística goebeliana: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”
Cuánto más conozco a Abel Caballero, más fe tengo en la democracia como elemento corrector de las equivocaciones de los ciudadanos libres. Equivocarse es de humanos; rectificar es de sabios.